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El Río

Fuente del río Tajo: Sierra de Albarracín, Teruel (España)
Longitud: 1.007 km
Altitud de la fuente: 1.593 m 

Desembocadura: Océano Atlántico, en Oeiras y São Julião da Barra, municipio de Oeiras, Portugal (a 10 km de Lisboa) 

Área de la cuenca: 80.600 km²
Caudal medio (en la desembocadura): 444 m³/s 

Principales afluentes: Izda.:Guadiela, Algodor, Gévalo, Ibor, Almonte, Salor, Sever y Sorraia; Der.: Jarama, Guadarrama, Alberche, Tiétar, Alagón, Erges, Pônsul, Ocreza y Zézere.

Presentación

Remontar el Tajo desde la barra hasta Lisboa es uno de los espectáculos que de sobra justifican todo un viaje. ¡Es sencillamente maravilloso! Escribía, en 1876, una viajera irlandesa, Maria Rattazzi. Y también fue esa la impresión generalizada de aquellos que durante siglos llegaban a Lisboa por vía marítima. Estamos convencidos de que, en la actualidad, ese deslumbramiento sigue invadiendo el espíritu de quienes, a bordo de grandes cruceros, entran en Lisboa desde el Atlántico.
 
El Tajo inspiró y sigue inspirando a visitantes extranjeros, pero durante siglos fue una fuente de subsistencia que hizo nacer y crecer, a lo largo de su curso, muchas poblaciones ribereñas, para las que era la gran vía de transporte. Gracias al río, Lisboa es lo que es hoy. Sin su estuario nunca habría despertado el interés de fenicios, romanos, moros y portugueses ancestrales. Si no fuera por el Tajo, el deseo de lanzarse al descubrimiento de nuevos mundos jamás se habría convertido en realidad.


Cuando, en el siglo XV, se acentúa la vocación marítima de Lisboa, surge la necesidad de defender la desembocadura y la ciudad de los piratas y de ataques por mar. El primer rey que fue consciente de esta necesidad fue João II. Fortificó Cascais, donde los barcos de vela esperaban viento y mareas favorables para entrar en la desembocadura, y mandó erigir dos torres, junto a Lisboa, en las orillas norte y sur del Tajo. La muerte prematura del monarca retrasó la construcción de la Torre de S. Vicente (de Belém) hasta el siguiente reinado.


A pesar de este prometedor arranque, la defensa sistemática de la desembocadura del Tajo no sería una realidad hasta después de la Restauración (1640), cuando se construyeron, en la orilla norte, decenas de fuertes entre Xabregas (en el actual Parque das Nações) y Cascais (ya fuera de la desembocadura). Para entonces ya se había levantado la fortaleza de S. Gião (S. Julião da Barra, en la playa de Carcavelos), durante la regencia de D. Catarina, que sería ampliada en el reinado de Filipe II. A este monarca se debe aún el inicio de la torre de S. Lourenço da Cabeça Seca (Bugio, en una isla frente a São Julião) y del fuerte de Santo António da Barra, en São João do Estoril. Siglos más tarde, será en este último donde, debido a una caída, se aleje de la luz pública Oliveira Salazar.


Durante siglos, el Tajo fue la principal vía de acceso a Lisboa. Con tan solo dos canales navegables y bancos de arena traicioneros, el río era peligroso, especialmente en invierno, para quienes no lo conociesen. En sus aguas en apariencia tranquilas naufragaron centenas de embarcaciones. Durante el siglo XIX a muchas ayudó el valiente pescador y salvavidas Joaquim Lopes, que, a lo largo de su vida, acudiría a 53 barcos en peligro y rescataría de las aguas del Tajo a 300 personas. Su actuación le valió un agradecimiento personal del rey Luís I y algunas condecoraciones británicas.


El Tajo, como no podía ser de otra manera, fue escenario de partidas y regresos relacionados en su mayoría con la actividad mercantil. Algunas de las partidas, sin embargo, estuvieron marcadas por la necesidad. Por ejemplo, la diáspora de centenas de nuevos cristianos que huían de las hogueras de la Inquisición en el siglo XVI. O los emigrantes que partían en busca de la fortuna que aquí se les negaba. O, incluso, la partida de la familia real portuguesa, en 1807, para preservar la independencia amenazada por las tropas napoleónicas. Sin olvidar que, de los muelles de Alcântara y de la Rocha do Conde de Óbidos partieron, en los años 60 y 70 del siglo pasado, miles de jóvenes uniformados para defender un imperio que se extinguía.


De todas estas partidas, las más redentoras serían las que coincidieron con la II Guerra Mundial, cuando, tras la caída de Francia, en 1940, Lisboa se convirtió en el único puerto libre del sur de Europa. En barco o en Clipper –hidroavión que hacía la ruta Lisboa-Nueva York– miles de personas perseguidas por el régimen nazi alcanzarían la libertad. Para ellos, la imagen del Tajo representaría el final de su calvario, a la vez que el adiós a Europa, como narró el escritor alemán Alfred Doblin: «El navío levó anclas en la oscuridad de la noche. Lentamente fue girado y remolcado Tajo abajo. La exposición del Centenario resplandecía como en un cuento de hadas a nuestro paso. Su mágica luminosidad fue la última imagen que tuvimos de una Europa envuelta en luto».


Hoy en día el Tajo no desempeña una función militar, ya no es el único puerto de partida y hace mucho que no sufre naufragios. Pero sigue siendo el alma líquida de Lisboa, aquella donde podemos dejar nuestra mirada perderse cuando la vida no va bien o cuando nos va estupendamente. Y, como decía Alberto Caeiro en relación al río de su pueblo, el Tajo: “no te hace pensar en nada. / Quien está a su lado, está solo a su lado”.

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